Botar fuego por la boca y luego contemplar el incendio. Esa ha sido la táctica de Donald Trump como hombre de negocios y como animal político, y hasta ahora le ha dado más alegrías que frustraciones.
Atacar siempre, nunca disculparse y jamás admitir una derrota son las lecciones que Donald Trump aprendió de joven y que han guiado su vida hasta hoy. A los 78 años ha logrado sacar a flote una carrera política que parecía acabada cuando en 2021 salió derrotado de la Casa Blanca con un país dividido por una polémica presidencia que tuvo un final explosivo con el asalto al Capitolio.
Sin embargo, este licenciado en Finanzas, nacido en Queens, Nueva York, que a los 28 años tomó las riendas de la inmobiliaria de su padre y construyó un imperio no exento de controversias por deudas y evasiones de impuestos, ha logrado todo lo que ha querido: convertirse en estrella de la televisión con su programa «El aprendiz» y llegar a la Casa Blanca en 2016 tras vencer a la demócrata Hillary Clinton en un resultado inesperado.
Ahora planea regresar al cargo de hombre más poderoso del mundo utilizando a su favor sus líos judiciales, incluida su imputación por el asalto al Capitolio y la condena por los pagos irregulares a la actriz porno Stormy Daniels, la primera condena a un expresidente y que sigue pendiente de sentencia.
Amigo de Putin, ha dicho que la guerra con Ucrania acabaría en 24 horas pues no piensa mantener la ayuda militar a ese país. Su apoyo a Israel también es incondicional, lo mismo que la mayor de sus cruzadas: la lucha contra la inmigración irregular. Para ganar votos ha sido capaz de afirmar sin escrúpulos que los haitianos en su país se comen a los perros y los gatos. Ese es Donald Trump.